sábado, 3 de noviembre de 2012

DIA 21. LA PRISIÓN DE LA VECCHIA TOSCANA.


            El sueño reparador. Los conocimientos sobre lo que nos podía deparar del día aprendidos. El espíritu bien alto. Desayuno: el resto más inmediato.

            Saliendo de la habitación podíamos observan una piscina, con sus hamacas, sus plantas, su buen ambiente. Una sala de juegos proxima, con futbolin, pinpon…y más allá un amplio patio que quedaba clausurado por un portón de madera. Al llegar al mismo, nos quedamos petrificados al descubrir que estaba cerrado, no solo cerrado si no atrancado con candado y todo.
            En nuestro afán por salir, volvemos sobre nuestros pasos, revisamos la habitación, buscamos otra salida, buscamos a los dueños, a los perros que tanto ruedo hicieron a nuestra llegada la tarde anterior. Nadie. Silencio. Sólo el sonido de nuestras pisadas nos acompañaban y nuestra incertidumbre.
            Pero algo más sucedía, mi compañera de viaje empezo a mutar, recorria sin control los caminos, sus pisadas eran fuertes y rápidas. Se sentía atrapada, victima de un encierro inesperado. Intento abrir la puerta con la llave de la habitación, luego grito al viento, luego busco a los dueños, intentó que un señor que pasaba por la orilla del mar nos abriera la puerta o tocara el timbre, el hombre pasó de largo. Yo estaba tranquilo, sentado en la zona de desayuno viendo aquella escena y sin saber que pensar. Finalmente metió la mano a través del porton y comenzó a tocar el timbre ella misma; una vez, luego dos, y como no conseguía respuesta, dejó el dedo compulsivamente sobre el botón haciendo un ruidos estridente que no paró hasta que se vió a la dueña encima con cara de pocos amigos y con los ojos vidriosos. Pedimos disculpas, y la señora también; pero no salíamos del asombro que dejaron el complejo cerrado y los clientes no pudieran salir. ¿Dónde nos habíamos metido?

            Nos dirijimos al pueblo y nos tomamos pedazo de desayuno en el Happy Fish,que tiene buena comida y te atienden con gusto. Se alegraron de vernos, no obstante, habíamos cenado allí y muy bien. Volvemos al resort a buscar nuestras pertenencias para ir de excursión, nos abren unos empleados el portón, y al llegar a la entrada al edificio dónde se encuentra nuestra habitación otra puerta cerrada. No podíamos entrar a la habitación. Vuelta a tocar, le pedimos a los empleados que los despertaran para que nos abrieran la puerta del edificio, y a pesar de tocarles en la ventana (resulta que dormían en un cuarto cerca del nuestro) no se levantaban. ¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes son estas personas?¿Por qué nos cierran todo? El empleado nos explica que cerraron para que no entraran los perros y por que pensaban que no volveríamos hasta más tarde. En fin sin comentarios.
            Terminamos por forzar la puerta de nuestro balcón y como simples cacos entrar por ella y abrir desde dentro. Tomar las cosas que nos hacían falta e ir en busca de aventuras, aunque no sabíamos si podía superar estos eventos.

           Para llegar a los “Siete Altares” debíamos recorrer una gran distancia, a través de una costa llena de basura, tan cual, la estampa inolvidable, vamos como la del anuncio de Bacardi, eso sí , llena de botellas de plastico, cajas, zapatos, zapatillas, platos y un sin fin de material no reciclable. Los Siete Altares son una serie de pozas en un rio, que se asienta sobre piedra caliza, si ya has visto Semuc Champey, desgraciadamente aquí ni se te ha perdido nada.

Pero el ejercicio físico nos abrió el apetito, y tras salir de aquel hotel alcatralino, regresamos al Happy Fish y nos tomamos nuestro segundo Tapado Garifuna en menos de 24 horas, un plato de cuchara preparado a base de leche de coco, platano, marisco pescado y verduras, una deliciosa bomba calórica.

            Contentos de haber abandonado el presidio, y con ayuda de unos de los empleados del restaurante volvimos a puerto para nuestro viaje a Rio Dulce ó Las Fronteras, según les apetezca pues lo nominan de ambas maneras.

 Se suponía que el viaje fluvial, era de dos horas, con paradas en los lugares más importantes y tiempos de espera. Riánse, ni paradas y llego a menos de una hora, un mero taxi acuático, eso si, el entorno incomparable, principalmente en la parte final del río donde enormes acantilados tupidos de vegetación dibujaban un marco rico en fauna, lastima no poder disfrutarla.

            Nos abandonan en Tortugal, y tras unos momentos para refrescarnos de la jornada, visitamos el pueblo que se encontraba a 5 minutos en lancha. Es este pueblo un sitio de paso, y su importancia viene determinada por el Puente que se encuentra en uno de sus extremos atravesando el río. Según la guía el más largo de Centroamérica, y según nuestra propia experiencia, por que subimos por él para fotografiar la luna (que bonito, lo sé) se movía como un puente de alambre.

            Volver era fácil, una nueva lancha por el río, pero pensamos que un tuktuk nos alcanzaría fácilmente. Desgraciadamente el conductor se hizo un lio y no sabia dónde llevarnos, finalmente la primer opción la buena. La noche estaba sobre nuestras testas, y con el despiste del blog se nos pasó la hora de la cena. Que más da, un noche más de ayuno, una noche más en un ecolodge, una noche más pasada por agua, empero, nosotros secos y calentitos. 

viernes, 2 de noviembre de 2012

DIA 20. DE CAYO CAULKER A LIVINGSTON Ó LA MARCHA DE LOS INMIGRANTES ILEGALES.


         Un nuevo día amanece en Cayo Caulker, y es el último en que nuestros pies tocaran esta arena formada por conchas finadas y acumuladas por un entramado de raíces de palmeras y manglares. Estamos preparados, henchidos de alegría, maletas listas, mochilas a nuestras espaldas y la ilusión nuevamente brotando por cada poro de nuestras curtida y morena piel.
            La hoja de ruta, conocida. Water Taxi hasta Belize City: 1hora.  Autobús hasta Punta Gorda: 2 horas y media. Ferry desde Punta Gorda a Livingston: 30 minutos. Y el resto del día para disfrutar de este maravilloso rencuentro con Guatemala. Ó, eso creíamos nosotros. Si los que leen esto, piensan que todo nos sale bien, que todo va como la seda y un ángel guía nuestro pasos por este viaje, al leer estos párrafos descubrirán la absoluta y desde luego cruel, muy cruel realidad.

            Para empezar, el water taxi, otro modelo en el que en vez de sentarnos como en una grada, nos sentamos en el lateral del barco, y el centro queda libre para carga. ¿Qué significa esto?, mas incomodidad, y la posibilidad de marearnos, tras un desayuno que consistió en , a ver que recuerde, ahh sí, un café con una bolsita de azúcar , que bueno!!!!!. Además, tenemos que parar en un cayo privado (Chapel Cay), lo que retrasa aún mas nuestra llegada a Belize City.
            Tomamos un taxi, y tras negociar el precio para que nos lleve a la Estación de Autobuses, pues el taxista a la salida se para y también mete a otra persona en el coche, vamos esto es lo que se dice un servicio público. Empezamos a pensar que lo habíamos visto casi todo. Seguro que habeis sentido alguna vez esa sensación de estar pagado de vosotros mismos, de conocer el terreno que pisáis, y en ese momento, zas… en toda la frente…pues precisamente eso es lo que nos pasará a nosotros a continuación.

            El paseo en taxi, como unos 10 minutos, recorriendo unas calles sucias, unas casas destartaladas y una impresión general, mucho peor que cualquiera de las ciudades o los pueblos que habíamos visitado en Guatemala. Como estrañábamos a nuestro primer país. Y, en un minuto el taxista para, justo delante de unos puestos de venta ambulante que delimitaban el margen exterior de un mercado callejero, y nos dice lo siguiente: “Esta es la estación de autobuses, no paguen nada a nadie, sólo cuando estén subidos al autobús, recuerden a nadie”. Nuestros ojos se dirigieron raudos a aquel edificio amarillo deslustrado, con ríos de aguas negras, con suciedad por todas partes, y con gente esperando tras unas verjas, parecía de todo menos una estación, por la salvedad de unos autobuses destartalados, en grupos de dos. Mientras hacíamos un poder, para arrastras nuestras cada día más pesadas maletas, sin meterlas en el hediondo lodo, hasta llegar a la zona central, el hambre hizo acto de presencia. Pero, primero la información.
            Quedándome en una esquina, cuidando las maletas, y en ocasiones sintiendo algo de miedo por si nos atracaban en cualquier momento, Cristina le pregunta a una señora de con camisa amarilla por el autobús, le comenta que saldrá a las 8:30 de la mañana, y que lo hará desde la puerta 1. Para morirse de risa, la puerta uno dice. Imaginaos un pasillo de suelo de cemento, uno de sus laterales tiene una gran reja verde, y en medio de ellas una serie de aberturas con rejas, y cada abertura un cartel que ponía: Gate1, Gate2…si es que el inglés da mucho glamour.

            Como aún no nos habíamos llevado nada sólido a la boca, intentamos comprar con tarjeta de crédito, pero en todo la estación de autobuses había cajero ni tiendas que aceptaran tarjeta; y nosotros teníamos limitado el dinero, pues no podíamos ni queríamos sacar más moneda local y nos parecía que teníamos lo justo para pagar los viajes con el efectivo del que disponíamos entre ambos. Dios que duro es esto. Sacamos unas galletas de la mochila, de nuestra reserva de emergencia, y nos metimos entre pecho y espalda tres galletas chocolate cada uno. Un buche de agua, y hasta más ver.
            Llega el Super Bus, en la norma de cutres habitual, pero no podrá con nosotros, son dos horas y media de camino, y cosas peores hemos vivido y las hemos superado con holgura. Introducimos nuestras mastodonticas maletas sin la ayuda de nadie en sus minúsculas bodegas y nos acomodamos para el viaje.
            Salimos de la ciudad, y las paradas para recoger nuevos clientes es interminable. El interés es llenarlo a tope, es que entre la mayor cantidad de gente posible. En un primer momento se hace entretenido, la gente entra, sale, con sus bultos, mochilas, gallinas muertas, gente con comida, con dos y tres niños, con más de tres y se amontonan todos en el mismo asiento. Era un ritmo frenético, y nosotros contemplábamos extasiados la evolución de la vida a nuestro alrededor. Y que hambre teníamos.
            Llevábamos unas dos horas de viaje, cuando finalmente llegamos a otra estación , no creaís, de igual característica, aunque con menos suciedad acompañante. Cristina pensó que habíamos llegado a Punta Gorda, aunque el mar brillaba por su ausencia , e hizo ademán de levantarse. Muchos de los viajeros se bajaban en tropel del autobús, y subían vendedores ambulantes, con comida, bebidas, papas fritas, plátanos fritos, manises, todo lo que vuestra imaginación os pueda ofrecer para comer estaba allí, y nosotros que no podíamos comprar ni una triste agua. Al regresar alguno de los viajeros con comida y bebida, le preguntamos a un señor que cuanto quedaba para Punta gorda, a lo que con unos ojos en blanco nos dijo que en torno a tres horas. ¿Tres horas?, pero, que había sido de las 2 y media iniciales. No nos quedaba otra. Aguantar el hambre, el calor, la gente, su olor, el ir y venir, el parar y arrancar todo por llegar a nuestra meta, todo por viajar y ver las maravillas del mundo.
            El transporte, no era cómodo, pero cuando ya tuvimos que sentarnos de tres en tres, todo tu mundo se vuelve a redefinir. Gracias a la música, gracias a la capacidad de introspección, y gracias a nuestras vejiga en parte por la ausencia de ingestión de líquidos, estábamos algo confortables, bueno en realidad estábamos, que ya era mucho.
            El viaje era eterno, y nos llevo la friolera de seis horas y cuarto llegar a Punta Gorda. La llegada no fue menos accidentado, casi nos bajan del autobús a la fuerza, pues no nos habíamos enterado dónde estábamos, claro normal, mareados como pollos de tantas vueltas, de ida y venidas y todo ello sin tomar nada en absoluto, mientras veías a todo el mundo comiendo sin parar, hasta fatigas de provocación por los olores tan intensos tuvimos en un determinado momento.
            Otra vez con las maletas a cuestas, por el medio de la calle, bajo un sol abrazador, en busca de la frontera, en busca de una vida que teníamos y nos habían arrebatado, de verdad que nos sentíamos como espaldas mojadas. Llegar a un edificio rodeado de alambrada, salir un negro y decirnos que era la inmigración y un guatemalteco que nos vendía el viaje por mar a Guatemala sucedió en un visto y no visto. No obstante, nosotros solo pensábamos en comer y beber, pero eso si tras pagar las tasas.
            Una vez concluidos los trámites administrativos, Cristina decide ir a por sustento, mientras yo me quedo con los bártulos. El caso es que empiezan a pasar los minutos, cuarto de hora, mientras veía que todo el mundo se iba al puerto (me extrañaba no ver el ferry, pero dadas las horas de inanición, el sofocante astro rey, y las ganas de terminar éste inacabable éxodo, todo seguro tenia una explicación muy lógica). Me puse en marcha con las dos mochilas, y las dos maletas hacia el puerto, para tenerlo todo preparado cuando llegara Cristina dado que tardaba más de la que en principio esperábamos. Y , otra circunstancia que me dejó anonadado, el ferry , era un cayuco con motor, con la gente apiñada y nuestras maletas iban a ir en la proa, tiradas de cualquier manera. Tras esperar unos minutos, vemos como se acerca Cristina corriendo, con un sándwich y un refresco en cada mano, como portando mano divina, la ambrosía de los dioses y con ojos como platos mirando fijamente el sitio donde íbamos nuevamente a ingresar en Guatemala.

            Nos subimos al cayuco, y nos quedamos cuatro en un asiento. No se podía ni respirar. Aunque lo íbamos a hacer, claro que sí. Cuando comenzaron las maniobras de alejamiento del puerto todo fue bien, podíamos comer y beber, con cierta incomodidad pero podíamos. Lo grande vino, cuando acelera el cayuco, y empieza a rebotar en la mar picada, y dar saltos, y nosotros, y nuestras maletas. El agua nos salpicaba, no una ni dos veces si no varias, al principio fue gracioso, nos reíamos, pero conforme nos fuimos adentrando en el  mar en busca de la costa en lontananza, la situación empeoró y nuestro humor también. Queríamos estar en Livingston, y lo queríamos ahora. El ahora sería casi una hora después. Llegamos más que cansados, destrozados, y vuelta con maletas y mochilas, deseábamos tumbarnos, descansar, masajear nuestros cuellos y nuestros pies alicaídos y dormir el sueño de los justos.
            El taxi nos dejó a 20 cm del mar, sí a 20 cm mal contados, debido a que la entrada de nuestro hotel la Vecchia Toscana estaba de cara al mar. No hicimos preguntas sobre esto, no queríamos ninguna respuesta. Nos instalamos, y cuando creíamos que todo había terminado, nos dimos cuenta que no habíamos entrado de forma legal, no pasamos por la inmigración de Guatemala. Dios, éramos unos ilegales, unos sin papeles, éramos… ; a decir verdad ni sabíamos lo que éramos.

            Caminando, nos adentramos parcialmente en la cultura de Livingston, la cultura Garifuna, a pesar de que nuestro interés (sobretodo el de cristina que le agobiaba bastante el tema) era llegar a inmigración. Fue realmente fácil hacerlo, no pusieron pegas, se rieron con nuestra desafortunada forma de ingresar en el país y regresamos para tomarnos una merecida cena y un descanso más que merecido. Que solo los zancudos interrumpan nuestro sueños de personas legales y temerosas de dios.


DIA 17, 18, 19 CAYE CAULKER O LA DESILUSIÓN AZULTURQUESA.


            Finalmente estábamos en este atolón, en este Cayo con una población de más de 2000 habitantes entre la población residente y la flotante. Sus vecinos, gente llena de contraste. Paseaban por su tres calles sin asfalto, era todo arena y palmeras y por doquier podías disfrutar de un mar turquesa, con unas aguas bellas a distancia, pero con unas playas llenas de algas que no invitaban precisamente al baño.

            Si tuviera que definir este lugar diría que es paradisiaco a la sombra, eso sí, pues cuando el sol te da de frente es como si te estuvieras cocinando al grill y sintiendo como cada una de tus células muere deshidratada.

            En general, las gentes son joviales, te saludan sin restricciones, te invitan a que disfrutes de sus dulces (casi todos a base de chocolate) y te acompañan con la mirada. Una lástima que en el centro de buceo no fueran tan cordiales. Un tipo seco y sin una pizca de humor nos atendió sobriamente y contratamos con Los Frenchies Dives dos buceos, uno de un día y otro que sería un par de días con una noche durmiendo en un Ecolodge. Y este, fue el comienzo, de toda una serie de desafortunadas coincidencias, que harían que no recordemos con especial añoranza estas tierras beliceñas.

            El primer buceo, fue en el local reef, vamos el arrecife de coral que teníamos a menos de seis a diez minutos de la costa, se prometía interesante, y cual fue nuestra sorpresa, que nos deparó un buceo monótono, con vida escasa y unos fondo cuidados de aquella manera. El segundo buceo del día no lo realicé, un malestar en la zona sinosuidal y la carencia de alicientes, dio al traste con mis andanzas submarinas.

            La segunda decepción se nos presentó, cuando, por falta de aforo suspendieron unilateralmente esa excursión de dos días. Simplemente no localizaban a los otros dos buceadores, que me imagino se dieron cuenta de lo poco formales que eran estos individuos, y pusieron pies en polvorosa. Así que, perdiendo un día de estancia en el cayo esperando este buceo, y perdiendo una tarde en el cayo buscando otro club que hiciera la tan esperada inmersión en el “Blue Hole”, se nos estaba yendo la vida. Al terminar la tarde, encontramos a los Belice Diving Services, que pensaban ir a bucear al citado sitio, y que resultaron ser más honestos y profesionales que los primeros. Madrugón, dos horas de barco (en la que me pasé sumido en un tránsito emético la mayoría de la travesía) y llegamos a un lugar increíble.

            El Blue Hole es un parque por definición propia, lo interesante del lugar, es que durante un tiempo (hablamos de cientos de años) constituyó una caverna que estaba en superficie, sus paredes a base de piedra calcárea formó estalactitas y estalagmitas. Cuando la caverna se sumergió, el techo se desplomó  y quedó una estructura en forma de pozo y en los lados las formaciones citadas. Es agradable la inmersión a pesar de tener que descender a más de 40 metros de profundidad, se ven las estalagmitas y se vuelve a subir, en la superficie a menos de 10 metros muchos tiburones y meros de gran tamaño. En definitiva, es una bonita experiencia, aunque demasiado popularizada para lo que realmente aporta, se puede vivir sin ella. Las otras dos inmersiones, regulares, en la tónica del local reef, decir, que nos acordamos de la recomendación que nos hizo Marcio D´Acuña, cuando nos dijo que esta zona estaba demasiado viciada, que fuéramos  a Honduras….

            La comida en el atolón buena, encontramos un restaurante cubano  que nos sirvió platos ricos ( ummm aún recuerdo lo sabrosa que estaba la langosta) y nos atendieron con una gran sonrisa y muy buenas maneras. Escaseaba sin embargo esa noche más llena de eventos, más musical, más caribeña; el caribe no es igual en todos lados, y realmente Belice si se puede definir por algo es por su falta de carisma y por la sensación que te da el país y la gente que le falta algo, pero, no me preguntéis el qué, aún no lo averigüé.