viernes, 2 de noviembre de 2012

DIA 20. DE CAYO CAULKER A LIVINGSTON Ó LA MARCHA DE LOS INMIGRANTES ILEGALES.


         Un nuevo día amanece en Cayo Caulker, y es el último en que nuestros pies tocaran esta arena formada por conchas finadas y acumuladas por un entramado de raíces de palmeras y manglares. Estamos preparados, henchidos de alegría, maletas listas, mochilas a nuestras espaldas y la ilusión nuevamente brotando por cada poro de nuestras curtida y morena piel.
            La hoja de ruta, conocida. Water Taxi hasta Belize City: 1hora.  Autobús hasta Punta Gorda: 2 horas y media. Ferry desde Punta Gorda a Livingston: 30 minutos. Y el resto del día para disfrutar de este maravilloso rencuentro con Guatemala. Ó, eso creíamos nosotros. Si los que leen esto, piensan que todo nos sale bien, que todo va como la seda y un ángel guía nuestro pasos por este viaje, al leer estos párrafos descubrirán la absoluta y desde luego cruel, muy cruel realidad.

            Para empezar, el water taxi, otro modelo en el que en vez de sentarnos como en una grada, nos sentamos en el lateral del barco, y el centro queda libre para carga. ¿Qué significa esto?, mas incomodidad, y la posibilidad de marearnos, tras un desayuno que consistió en , a ver que recuerde, ahh sí, un café con una bolsita de azúcar , que bueno!!!!!. Además, tenemos que parar en un cayo privado (Chapel Cay), lo que retrasa aún mas nuestra llegada a Belize City.
            Tomamos un taxi, y tras negociar el precio para que nos lleve a la Estación de Autobuses, pues el taxista a la salida se para y también mete a otra persona en el coche, vamos esto es lo que se dice un servicio público. Empezamos a pensar que lo habíamos visto casi todo. Seguro que habeis sentido alguna vez esa sensación de estar pagado de vosotros mismos, de conocer el terreno que pisáis, y en ese momento, zas… en toda la frente…pues precisamente eso es lo que nos pasará a nosotros a continuación.

            El paseo en taxi, como unos 10 minutos, recorriendo unas calles sucias, unas casas destartaladas y una impresión general, mucho peor que cualquiera de las ciudades o los pueblos que habíamos visitado en Guatemala. Como estrañábamos a nuestro primer país. Y, en un minuto el taxista para, justo delante de unos puestos de venta ambulante que delimitaban el margen exterior de un mercado callejero, y nos dice lo siguiente: “Esta es la estación de autobuses, no paguen nada a nadie, sólo cuando estén subidos al autobús, recuerden a nadie”. Nuestros ojos se dirigieron raudos a aquel edificio amarillo deslustrado, con ríos de aguas negras, con suciedad por todas partes, y con gente esperando tras unas verjas, parecía de todo menos una estación, por la salvedad de unos autobuses destartalados, en grupos de dos. Mientras hacíamos un poder, para arrastras nuestras cada día más pesadas maletas, sin meterlas en el hediondo lodo, hasta llegar a la zona central, el hambre hizo acto de presencia. Pero, primero la información.
            Quedándome en una esquina, cuidando las maletas, y en ocasiones sintiendo algo de miedo por si nos atracaban en cualquier momento, Cristina le pregunta a una señora de con camisa amarilla por el autobús, le comenta que saldrá a las 8:30 de la mañana, y que lo hará desde la puerta 1. Para morirse de risa, la puerta uno dice. Imaginaos un pasillo de suelo de cemento, uno de sus laterales tiene una gran reja verde, y en medio de ellas una serie de aberturas con rejas, y cada abertura un cartel que ponía: Gate1, Gate2…si es que el inglés da mucho glamour.

            Como aún no nos habíamos llevado nada sólido a la boca, intentamos comprar con tarjeta de crédito, pero en todo la estación de autobuses había cajero ni tiendas que aceptaran tarjeta; y nosotros teníamos limitado el dinero, pues no podíamos ni queríamos sacar más moneda local y nos parecía que teníamos lo justo para pagar los viajes con el efectivo del que disponíamos entre ambos. Dios que duro es esto. Sacamos unas galletas de la mochila, de nuestra reserva de emergencia, y nos metimos entre pecho y espalda tres galletas chocolate cada uno. Un buche de agua, y hasta más ver.
            Llega el Super Bus, en la norma de cutres habitual, pero no podrá con nosotros, son dos horas y media de camino, y cosas peores hemos vivido y las hemos superado con holgura. Introducimos nuestras mastodonticas maletas sin la ayuda de nadie en sus minúsculas bodegas y nos acomodamos para el viaje.
            Salimos de la ciudad, y las paradas para recoger nuevos clientes es interminable. El interés es llenarlo a tope, es que entre la mayor cantidad de gente posible. En un primer momento se hace entretenido, la gente entra, sale, con sus bultos, mochilas, gallinas muertas, gente con comida, con dos y tres niños, con más de tres y se amontonan todos en el mismo asiento. Era un ritmo frenético, y nosotros contemplábamos extasiados la evolución de la vida a nuestro alrededor. Y que hambre teníamos.
            Llevábamos unas dos horas de viaje, cuando finalmente llegamos a otra estación , no creaís, de igual característica, aunque con menos suciedad acompañante. Cristina pensó que habíamos llegado a Punta Gorda, aunque el mar brillaba por su ausencia , e hizo ademán de levantarse. Muchos de los viajeros se bajaban en tropel del autobús, y subían vendedores ambulantes, con comida, bebidas, papas fritas, plátanos fritos, manises, todo lo que vuestra imaginación os pueda ofrecer para comer estaba allí, y nosotros que no podíamos comprar ni una triste agua. Al regresar alguno de los viajeros con comida y bebida, le preguntamos a un señor que cuanto quedaba para Punta gorda, a lo que con unos ojos en blanco nos dijo que en torno a tres horas. ¿Tres horas?, pero, que había sido de las 2 y media iniciales. No nos quedaba otra. Aguantar el hambre, el calor, la gente, su olor, el ir y venir, el parar y arrancar todo por llegar a nuestra meta, todo por viajar y ver las maravillas del mundo.
            El transporte, no era cómodo, pero cuando ya tuvimos que sentarnos de tres en tres, todo tu mundo se vuelve a redefinir. Gracias a la música, gracias a la capacidad de introspección, y gracias a nuestras vejiga en parte por la ausencia de ingestión de líquidos, estábamos algo confortables, bueno en realidad estábamos, que ya era mucho.
            El viaje era eterno, y nos llevo la friolera de seis horas y cuarto llegar a Punta Gorda. La llegada no fue menos accidentado, casi nos bajan del autobús a la fuerza, pues no nos habíamos enterado dónde estábamos, claro normal, mareados como pollos de tantas vueltas, de ida y venidas y todo ello sin tomar nada en absoluto, mientras veías a todo el mundo comiendo sin parar, hasta fatigas de provocación por los olores tan intensos tuvimos en un determinado momento.
            Otra vez con las maletas a cuestas, por el medio de la calle, bajo un sol abrazador, en busca de la frontera, en busca de una vida que teníamos y nos habían arrebatado, de verdad que nos sentíamos como espaldas mojadas. Llegar a un edificio rodeado de alambrada, salir un negro y decirnos que era la inmigración y un guatemalteco que nos vendía el viaje por mar a Guatemala sucedió en un visto y no visto. No obstante, nosotros solo pensábamos en comer y beber, pero eso si tras pagar las tasas.
            Una vez concluidos los trámites administrativos, Cristina decide ir a por sustento, mientras yo me quedo con los bártulos. El caso es que empiezan a pasar los minutos, cuarto de hora, mientras veía que todo el mundo se iba al puerto (me extrañaba no ver el ferry, pero dadas las horas de inanición, el sofocante astro rey, y las ganas de terminar éste inacabable éxodo, todo seguro tenia una explicación muy lógica). Me puse en marcha con las dos mochilas, y las dos maletas hacia el puerto, para tenerlo todo preparado cuando llegara Cristina dado que tardaba más de la que en principio esperábamos. Y , otra circunstancia que me dejó anonadado, el ferry , era un cayuco con motor, con la gente apiñada y nuestras maletas iban a ir en la proa, tiradas de cualquier manera. Tras esperar unos minutos, vemos como se acerca Cristina corriendo, con un sándwich y un refresco en cada mano, como portando mano divina, la ambrosía de los dioses y con ojos como platos mirando fijamente el sitio donde íbamos nuevamente a ingresar en Guatemala.

            Nos subimos al cayuco, y nos quedamos cuatro en un asiento. No se podía ni respirar. Aunque lo íbamos a hacer, claro que sí. Cuando comenzaron las maniobras de alejamiento del puerto todo fue bien, podíamos comer y beber, con cierta incomodidad pero podíamos. Lo grande vino, cuando acelera el cayuco, y empieza a rebotar en la mar picada, y dar saltos, y nosotros, y nuestras maletas. El agua nos salpicaba, no una ni dos veces si no varias, al principio fue gracioso, nos reíamos, pero conforme nos fuimos adentrando en el  mar en busca de la costa en lontananza, la situación empeoró y nuestro humor también. Queríamos estar en Livingston, y lo queríamos ahora. El ahora sería casi una hora después. Llegamos más que cansados, destrozados, y vuelta con maletas y mochilas, deseábamos tumbarnos, descansar, masajear nuestros cuellos y nuestros pies alicaídos y dormir el sueño de los justos.
            El taxi nos dejó a 20 cm del mar, sí a 20 cm mal contados, debido a que la entrada de nuestro hotel la Vecchia Toscana estaba de cara al mar. No hicimos preguntas sobre esto, no queríamos ninguna respuesta. Nos instalamos, y cuando creíamos que todo había terminado, nos dimos cuenta que no habíamos entrado de forma legal, no pasamos por la inmigración de Guatemala. Dios, éramos unos ilegales, unos sin papeles, éramos… ; a decir verdad ni sabíamos lo que éramos.

            Caminando, nos adentramos parcialmente en la cultura de Livingston, la cultura Garifuna, a pesar de que nuestro interés (sobretodo el de cristina que le agobiaba bastante el tema) era llegar a inmigración. Fue realmente fácil hacerlo, no pusieron pegas, se rieron con nuestra desafortunada forma de ingresar en el país y regresamos para tomarnos una merecida cena y un descanso más que merecido. Que solo los zancudos interrumpan nuestro sueños de personas legales y temerosas de dios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario