El sueño reparador. Los conocimientos sobre lo que nos podía deparar del día aprendidos. El espíritu bien alto. Desayuno: el resto más
inmediato.
Saliendo
de la habitación podíamos observan una piscina, con sus hamacas, sus plantas,
su buen ambiente. Una sala de juegos proxima, con futbolin, pinpon…y más allá
un amplio patio que quedaba clausurado por un portón de madera. Al llegar al
mismo, nos quedamos petrificados al descubrir que estaba cerrado, no solo
cerrado si no atrancado con candado y todo.
En
nuestro afán por salir, volvemos sobre nuestros pasos, revisamos la habitación,
buscamos otra salida, buscamos a los dueños, a los perros que tanto ruedo
hicieron a nuestra llegada la tarde anterior. Nadie. Silencio. Sólo el sonido
de nuestras pisadas nos acompañaban y nuestra incertidumbre.
Pero
algo más sucedía, mi compañera de viaje empezo a mutar, recorria sin control
los caminos, sus pisadas eran fuertes y rápidas. Se sentía atrapada, victima de
un encierro inesperado. Intento abrir la puerta con la llave de la habitación,
luego grito al viento, luego busco a los dueños, intentó que un señor que
pasaba por la orilla del mar nos abriera la puerta o tocara el timbre, el
hombre pasó de largo. Yo estaba tranquilo, sentado en la zona de desayuno
viendo aquella escena y sin saber que pensar. Finalmente metió la mano a través
del porton y comenzó a tocar el timbre ella misma; una vez, luego dos, y como
no conseguía respuesta, dejó el dedo compulsivamente sobre el botón haciendo un
ruidos estridente que no paró hasta que se vió a la dueña encima con cara de
pocos amigos y con los ojos vidriosos. Pedimos disculpas, y la señora también;
pero no salíamos del asombro que dejaron el complejo cerrado y los clientes no
pudieran salir. ¿Dónde nos habíamos metido?
Nos
dirijimos al pueblo y nos tomamos pedazo de desayuno en el Happy Fish,que tiene
buena comida y te atienden con gusto. Se alegraron de vernos, no obstante,
habíamos cenado allí y muy bien. Volvemos al resort a buscar nuestras
pertenencias para ir de excursión, nos abren unos empleados el portón, y al
llegar a la entrada al edificio dónde se encuentra nuestra habitación otra
puerta cerrada. No podíamos entrar a la habitación. Vuelta a tocar, le pedimos
a los empleados que los despertaran para que nos abrieran la puerta del edificio,
y a pesar de tocarles en la ventana (resulta que dormían en un cuarto cerca
del nuestro) no se levantaban. ¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes son estas personas?¿Por
qué nos cierran todo? El empleado nos explica que cerraron para que no entraran
los perros y por que pensaban que no volveríamos hasta más tarde. En fin sin
comentarios.
Terminamos
por forzar la puerta de nuestro balcón y como simples cacos entrar por ella y
abrir desde dentro. Tomar las cosas que nos hacían falta e ir en busca de
aventuras, aunque no sabíamos si podía superar estos eventos.
Para
llegar a los “Siete Altares” debíamos recorrer una gran distancia, a través de
una costa llena de basura, tan cual, la estampa inolvidable, vamos como la del
anuncio de Bacardi, eso sí , llena de botellas de plastico, cajas, zapatos,
zapatillas, platos y un sin fin de material no reciclable. Los Siete Altares
son una serie de pozas en un rio, que se asienta sobre piedra caliza, si ya has
visto Semuc Champey, desgraciadamente aquí ni se te ha perdido nada.
Pero el ejercicio físico nos abrió el apetito, y tras salir
de aquel hotel alcatralino, regresamos al Happy Fish y nos tomamos nuestro
segundo Tapado Garifuna en menos de 24 horas, un plato de cuchara preparado a
base de leche de coco, platano, marisco pescado y verduras, una deliciosa bomba
calórica.
Contentos
de haber abandonado el presidio, y con ayuda de unos de los empleados del
restaurante volvimos a puerto para nuestro viaje a Rio Dulce ó Las Fronteras, según
les apetezca pues lo nominan de ambas maneras.
Se suponía que el viaje fluvial, era de dos horas, con paradas en los lugares más importantes y tiempos de espera. Riánse, ni paradas y llego a menos de una hora, un mero taxi acuático, eso si, el entorno incomparable, principalmente en la parte final del río donde enormes acantilados tupidos de vegetación dibujaban un marco rico en fauna, lastima no poder disfrutarla.
Se suponía que el viaje fluvial, era de dos horas, con paradas en los lugares más importantes y tiempos de espera. Riánse, ni paradas y llego a menos de una hora, un mero taxi acuático, eso si, el entorno incomparable, principalmente en la parte final del río donde enormes acantilados tupidos de vegetación dibujaban un marco rico en fauna, lastima no poder disfrutarla.
Nos
abandonan en Tortugal, y tras unos momentos para refrescarnos de la jornada,
visitamos el pueblo que se encontraba a 5 minutos en lancha. Es este pueblo un
sitio de paso, y su importancia viene determinada por el Puente que se
encuentra en uno de sus extremos atravesando el río. Según la guía el más largo
de Centroamérica, y según nuestra propia experiencia, por que subimos por él para
fotografiar la luna (que bonito, lo sé) se movía como un puente de alambre.
Volver
era fácil, una nueva lancha por el río, pero pensamos que un tuktuk nos
alcanzaría fácilmente. Desgraciadamente el conductor se hizo un lio y no sabia
dónde llevarnos, finalmente la primer opción la buena. La noche estaba sobre
nuestras testas, y con el despiste del blog se nos pasó la hora de la cena. Que
más da, un noche más de ayuno, una noche más en un ecolodge, una noche más
pasada por agua, empero, nosotros secos y calentitos.